Blog de Regina Salcedo Irurzun

domingo, 12 de abril de 2020

LECTURAS PARA LA CUARENTENA: ANTÓN CHÉJOV

En estos días en los que muchos os lamentáis por la suspensión de bodas y comuniones, y por no poder salir a acicalaros apropiadamente, os traigo un relato de uno de los más grandes del género.Quizá leyéndolo se os quiten las ganas de ambas cosas.


EN LA PELUQUERÍA
Antón Chéjov

Es por la mañana. No son todavía las siete pero la peluquería de Macario Kusmich Blestkin ya está abierta. El dueño, muchacho de unos veintitrés años, bastante sucio, pero vestido de un modo algo presuntuoso, está ocupado en la limpieza del establecimiento.
En realidad no hay gran cosa que limpiar, mas él suda trabajando. Ya pasa el paño por un sitio, ya con el dedo, o bien a manotazos, hace caer al suelo alguna chinche que corretea por la pared.
La peluquería es pequeña, estrecha y fea. Las paredes, de madera, están empapeladas con papeles que hacen recordar la desteñida camisa de un arriero. Entre dos ventanas sórdidas y ahumadas, una puerta desvencijada; sobre ella una macilenta campanilla, verde a causa de la humedad, que se mueve y suena sin que nadie la toque.
¡Y si se mira usted al espejo que cuelga de la pared, le retuerce a usted el rostro en todas direcciones, de una manera cruel y despiadada! Delante de este espejo se corta el pelo y se afeita. En la mesita, también bastante sucia, como el mismo Macario Kusmich, hay de todo: peines, tijeras, navajas de afeitar, un copec de brillantina, un copec de polvos, un copec de agua de colonia muy rebajada. En suma, toda la peluquería no valdrá más de cincuenta copecs.
Suena estridentemente la enferma campanilla y en la peluquería entra un hombre de cierta edad, embutido en un gabán de pieles de oveja y calzado con valenky. Trae la cabeza y el cuello envueltos en un chal de mujer. Es Erast Ivanech Yagodoff, padrino de Macario Kusmich. En otros tiempos fue vigilante del Conservatorio; ahora vive en el Krasney Prud y trabaja como cerrajero.

–¡Macaruchka! ¡Salud, svet! –dice saludando a Macario Kusmich, entregado con entusiasmo a su trabajo.
Se besan. Yagodoff se quita el chal de la cabeza, se santigua y se sienta.
–¡Ah, qué lejos está esto! –dice, dejándose caer en la silla.
–¿Cómo está usted?
–Muy mal, hermano. He tenido una fiebre devoradora...
–¿Qué? ¿Fiebre devoradora?
–Sí. Me he pasado un mes en cama.... Llegué a pensar que me moría... Estoy mal. Ahora se me está cayendo el pelo. El médico me ha aconsejado que me lo corte. Me dije: «Iré a ver a Macario. Antes de ir a otro cualquiera vale más acudir al de la familia. Lo hará mejor y no me costará nada. Está un poco lejos, es verdad, pero... ¿qué importa?... Todo se reduce a darse un paseo... ».
–¡Oh, con mucho gusto! Hágame el favor...

Macario Kusmich hace un ademán invitándole a tomar asiento. Yagodoff se sienta y se mira al espejo y, sin duda, no queda muy contento con la visión; en el espejo
aparece una enorme cara retorcida, con labios de calmuco, nariz ancha y aplastada y ojos en mitad de la frente. Macario Kusmich cubre los hombros de su cliente con una sábana blanca manchada de amarillo. Empiezan a chirriar las tijeras.

–¿Lo corto al rape? –pregunta.
–¡Naturalmente! Que me parezca a un tártaro o a una bomba. Así crecerá el pelo más espeso.
–¿Y la tía, qué tal está?
–Bien... Vive... El otro día la llamaron para un parto y le dieron un rublo.
–¡Muy bien! ¿Un rublo? Aparte usted un poco la oreja.
–Perfectamente... Ten cuidado no vayas a cortármela.  ¡Ay, que me haces daño! Me estás tirando del pelo...
–¡No tiene importancia! Es cosa de nuestro oficio. ¿Y cómo anda Ana Erastovna?
–¿Mi hija? Bien... El miércoles de la semana pasada ha pedido Cheikin su mano y se la hemos concedido... ¿Y tú por qué no has venido?
Las tijeras cesan de chirriar. Macario Kusmich deja caer las manos y pregunta asustado:
–¿La mano de quién?
–De Ana.
–¿Cómo? ¿A quién?
–A Cheikin, Procopio Petroff, cuya tía está de ama de llaves en el callejón Zlatuostensky. Es una excelente mujer. Naturalmente, todos nos alegramos, a Dios gracias. Dentro de una semana será la boda. Vente y lo pasaremos bien.
–¿Pero qué es esto, Erast Ivanech? –pregunta Macario Kusmich, pálido, asustado y encogiéndose de hombros–. ¿Cómo es posible?... ¡Eso..., eso es imposible! ¡Ana
Erastovna..., pero si yo... sentía hacia ella!... Yo iba con buen fin. ¿Cómo es esto?
–Pues ya lo ves. Cheikin la pidió y se la dimos. Es una buena persona.

Un sudor frío cubre la frente de Macario Kusmich. Deja en la mesa las tijeras y empieza a frotarse la nariz con el puño.

–Yo iba con buen fin... –dice–. ¡Eso es imposible, Erast Ivanech! Yo..., yo estoy enamorado y... le ofrecí mi corazón... Y la tía me prometió... Yo siempre le he respetado a usted como a mi padre, siempre le he cortado el pelo gratis... Usted no ha recibido de mí sino favores, y cuando mi padre murió se llevó usted un diván y diez rublos y no me los ha devuelto aún. ¿Se acuerda usted?
–¿Cómo no voy a acordarme?... Lo recuerdo. Pero, Macario, ¿qué novio puedes ser tú? ¿Acaso puedes tú ser novio de alguien? No tienes ni dinero ni condiciones, sino solamente un oficio de poca importancia.
–Y Cheikin, ¿es rico?
–Cheikin es capataz. Tiene en depósito mil quinientos rublos. ¡Eso es, hermano!... Habla cuanto quieras, pero la cosa ya está hecha. No podemos volvernos atrás, Macaruchka. ¡Búscate otra novia!... El mundo es grande. Bueno, sigue cortando el pelo... ¿Qué haces ahí parado?

Macario Kusmich permanece callado e inmóvil, luego saca del bolsillo un pañuelo y comienza a llorar.

–¿Qué te pasa? –le pregunta Erast Ivanech–. ¡Quita! Mírenlo, llorando como una mujer... Acaba ya de cortarme el pelo y luego llora si quieres. Coge las tijeras.
Macario Kusmich coge las tijeras, las mira un instante perplejo y las deja caer otra vez sobre la mesa. Le tiemblan las manos.
–¡No puedo! –exclama–. ¡No puedo ahora, no tengo fuerzas! ¡Soy un desgraciado! ¡Y ella también lo es! Nos queríamos, nos íbamos a casar y nos han separado malas gentes sin piedad ninguna. ¡Márchese usted, Erast Ivanech! ¡No puedo verle!
–Pues volveré mañana, Macaruchka. Mañana acabarás de cortarme el pelo.
–Pues, bien...
–Tranquilízate y volveré mañana por la mañana, tempranito.

Erast Ivanech tiene media cabeza pelada al rape, con todo el aspecto de un presidiario. Es un poco violento quedarse con la cabeza pelada a medias, pero ¿qué se le va a hacer? No hay otro remedio. Envuelve la cabeza en el chal y sale de la peluquería. Al quedarse solo, Macario Kusmich continúa llorando quedamente.
Al día siguiente, por la mañana muy temprano, vuelve otra vez Erast Ivanech.

–¿Qué desea usted? –le pregunta fríamente Macario Kusmich.
–Que acabes de arreglarme, Maruchka... Estoy con la cabeza pelada a medias.
–Antes venga el dinero. Yo no corto el pelo gratis.

Erast Ivanech, sin decir palabra, se marcha, y hasta hoy día tiene media cabeza con el pelo largo y la otra media con el pelo cortado. Pagar porque le corten el pelo lo considera un lujo, y espera a que en la mitad pelada le crezca el cabello. Y ha celebrado la boda de su hija sin haber restablecido el equilibrio entre las dos mitades de su cabeza.

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