Blog de Regina Salcedo Irurzun

lunes, 18 de mayo de 2020

LECTURAS PARA LA CUARENTENA: RUBÉN MARTÍN

Hoy os traigo otro de mis poemarios más queridos: Sistemas inestables, de Rubén Martín, sin duda, de lo mejor que he leído en mucho tiempo. Otro de esos poemarios bisagra que te cambian la vida y te trasladan un poquito más lejos, un mucho más adentro.

Martín es un espeleólogo ingrávido que desciende hasta el núcleo del lenguaje, del cuerpo y del Yo de forma incomparable. Porque él no se cuela por las galerías embutido en cuerdas y mosquetones, él directamente se hace grieta, agujero, gota de agua que cae sin invadir ni perturbar, dejando únicamente el eco de su impacto en las profundidades que, por un epifánico momento, se iluminan y te deslumbran con su verdad desnuda.
Martín es el artista que a la hora de pintar un frondoso árbol no se fija en las hojas ni en las ramas, sino en los espacios, en la telaraña de huecos que tejen, en las mismísimas partículas de la luz y la sombra, en su textura, antes de los ojos, de las palabras y, por supuesto, de cualquier discurso.

Leer a Rubén Martín es despojarse de todo para volver a maravillarse con el simple y grandioso hecho de nada más ser.


(5)

La mente es cuerpo, la luz es cuerpo, el pensamiento de la
luz es cuerpo;

el movimiento de la mente que se gira hacia sí misma para
comprenderse,

orgullo y estrabismo, es cuerpo; los huesos de la
enfermera, blandos como la luz

cuando se inclina y cambia la botella, rozando con la pierna
a quién,
la pértiga de cromo que sostiene la botella, los huesos de
aluminio de la cama, el suelo, el techo,

forman el esqueleto de ese cuerpo;

alguien se mueve lejos de la mirada, grita a las enfermeras,
sostiene rosas de anestesia con la boca:
es una de las posturas posibles del cuerpo. Tan solo
la pared

no pertenece: no forma
parte. No responde.


RELEO lo que he escrito. Pienso: es un error desde su planteamiento,
desde su mismo inicio. La primera parte es confusa,
como la vivencia a la que intenta regresar; la segunda tal vez
no guste a nadie, ni a mí siquiera. De ahí que lo mantenga
escrito. No me había permitido hasta ahora la voluntad de
errar. El error -la errancia- como punto de partida y no solo
como inevitable meta.

15-8-2013

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