Blog de Regina Salcedo Irurzun

miércoles, 20 de mayo de 2020

LECTURAS PARA LA CUARENTENA: JANE KENYON

Si Jane Kenyon hubiera nacido en Japón en vez de en Michigan, se habría convertido en una de las más grandes maestras del haiku, no me cabe ninguna duda. Porque su poesía melancólica y cotidiana trabaja con los elementos que tiene al alcance de la mano, sin descartar ninguno por su pequeñez o aparente trivialidad. Así, lo mismo se fija en un dedal abollado que en una cana o una pinza de tender. Y lo hace con una sobriedad contemplativa, templada y penetrante que, por eso mismo, nos conmueve sin sobresaltos, provocando en nuestro espíritu ondas silenciosas que van aumentando hasta desaparecer de nuevo.
Kenyon, cuando escribe, es como si paseara de noche por un prado e iluminase con una linterna breves trozos de pasto donde adivinamos las huellas de un corzo herido o el contorno de alguien que estuvo allí tumbado largo rato. Y esa suave luz que proyecta sabiamente sobre las cosas sirve para que todas ellas adquieran una familiar e inusitada trascendencia.



CANCIÓN

Una oropéndola canta desde el seto
y en la cocina del hotel
el chef endulza nata para pasteles.
A lo lejos, relámpagos y truenos se ponen de acuerdo
para acompañarnos uno días
aquí en el valle. Qué afortunados somos
por estar cogidos de la mano en un porche
en el campo. Pero aun así
este no es el gozo que tiembla
bajo cada hoja y cada lengua.


QUIÉN

Estos versos están escritos
por un animal, un ángel,
un extraño sentado en mi silla;
por alguien que ya sabe
cómo vivir sin problemas
entre libros, pucheros y sartenes...

¿Quién es el que me pide que halle
lenguaje para el sonido
que hace la pezuña de una oveja al golpear
una piedra? ¿Y quién pronuncia
las palabras que son mis alimentos?

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