Os traigo uno de sus cuentos, que no se parece a ningún otro (ni de él ni de nadie) para que juzguéis vosotros mismos.
Me ha parecido, además, que es un relato muy apropiado para el confinamiento casero.
Así que nada: ¡Liberad vuestras mentes y vuestras bañeras!
SUCEDÁNEO: PEZ
VOLADOR
(Relato en
varios tiempos e higienes)
Hipólito G. Navarro
1.a.
Un
pez volador saltó por encima de su brazo.
2.a.
Se le
había atascado el tapón de la bañera hacía ya más de tres años: el agua era
pantanosa, islotes, mareas negras, musgo en el cordón metálico de la
ducha-teléfono. El pato de goma, sosteniendo a duras penas una sonrisa violeta
incomprensible, con el color ciertamente camuflado, cubierto de algas verdosas,
permanecía varado entre los juncos que crecía altos y ocultaban selváticos ya
casi la mitad de los azulejos de la pared. En sus lugares preferidos, las
almejas, tortugas y lombrices. Era lunes.
3.a.
Pero
coño, ¿un pez volador?
4.a.
Porque
sí, tres años de inmundicias tiradas a la bañera, la colección de conchas azules
y rosadas, las tres tortuguitas que compró en un acuario de la calle Segundo
Maestre y acomodó como pudo en la repisa resbaladiza de algas y hongos, entre
los caducos botes de gel espumoso, el inmenso error de la piraña en los
primeros meses, que si no la saca a tiempo acaba con todo…; sí, eso era
familiar y cotidiano, hasta la reproducción exagerada de las lombrices, ¿pero
un pez volador?, ¿Cuándo carajo había metido allí un pez volador que con seis
docenas de colores diferentes en sus alas le saltó por encima del brazo, para
dibujar la sorpresa de un arco iris que deslumbró por un instante el entero
recinto del baño cuando más tranquila estaba la tarde?
5.a.
“Esto es un lapsus visual”, se dijo, y sin
embargo le pareció que con esa frase,
más que escapar de la incertidumbre que le provocó aquel pez nunca
visto, lo que hacía era darle el nombre científico al bicho: lapsus visualis.
Ni Linneo lo hubiera clasificado más rápida y certeramente.
6.a.
Luego
lo olvidó cuando sintió en sus pies enterrados en la masa fangosa del fondo los
movimientos habituales de los caracoles, las suaves ventosas del calamar
rodeándole el sexo.
7.a.
Había,
junto a las gafas de buzo colgadas en la percha, simulando Kandinskys y Tapies,
manchas de aceite en los azulejos. Más a la derecha, varios chorreones
violáceos dibujaban desde hacía semanas, sin llegar a terminar del todo, algo
que tendía unas veces a Picasso y otras a Klee, si bien las más de ellas
apuntaban a un pintor aún no descubierto. Y ya en el fondo, en la pared de enfrente,
los garabatos que construían varias parejas de arañas y algunos cúmulos de
pelos, vistos al sesgo en determinado momento de la tarde, no andaban lejos de
irse pareciendo a los antiguos bocetos aeronaúticos de Leonardo, quizás un pelo
más exactos que los de Da Vinci de momento, hasta tanto fuesen permitidos por
la urgente y barroca laboriosidad de la
incipiente calvicie y las arañas.
8.a.*
Las tortugas salían de vez en cuando a la
superficie y subían a la plataforma resbaladiza de los botes de gel. A la que
pasaba más tiempo fuera, la de las manchas verdes en forma de pentágonos, la llamaba Eloísa. Se la
subía a la barriga (¡unas cosquillas!), y especialmente los miércoles
continuaba el paseo hasta el pecho, dejándole en la piel una rúbrica brillante
anaranjada, el autógrafo de su estudiada lentitud. Enseguida, para
contrarrestar el magisterio de Eloísa, las lombrices emprendían sus veloces
excursiones por los brazos, por los hombros, hasta llegar al laberíntico bosque
verdeazulado que era su pelo, y allí permanecían durante horas, contemplando la
algarabía frenética y flamenca que en una esquina de la bañera desarrollaban
los camarones, esos mariscos de los pobres.
9.a. / 1.b.
Cuando salía de la bañera, embadurnado con un
catálogo de olores podría decirse mismamente oceanográficos, se envolvía en la
toalla amarilla –la grande-, y despacio, silencioso, entraba en el otro cuarto
de baño, al final del pasillo, y tomaba una ducha larga, y después se peinaba y
atkinsons, y entonces se llamaba Alejandro, entonces sí.
2.b.
Alejandro
en la oficina de ocho a tres.
3.b.
Alejandro
con su trabajo ordenado en la mesa, en un ángulo el trabajo del compañero
Ernesto que está enfermo, y a las doce Arcadio que me tengo que ir porque el
niño tiene un dolor aquí, mira, en el hígado, feo, y vamos al médico, pues
suerte le dice Alejandro ya verás como no es nada, que los niños tienen más
defensas que nosotros, y recoge el trabajo y lo lleva también a su mesa cuando
ya Arcadio atrapa el abrigo y el sombrero de la percha-tortícolis-retorcida y
hasta el miércoles, nos vemos. Entonces, sí, entonces Alejandro.
4.b.
Alejandro que pasaba la mañana entre montones
de papeles, contratos de venta, uno que se había extraviado y que había que
encontrar porque don Jaime iba a llegar de un momento a otro el director
Alejandro deje lo que tenga entre manos y me busca ese contrato que lleva
perdido más de un mes, no se preocupe que lo mismo está en los archivos de
febrero, pues a ver a ver.
5.b.
A ver a ver ni Alejandro ni cuatro secretarias,
los del almacén y Vicente, media plantilla del departamento buscando como si
nada, que no lo han encontrado ya las once a desayunar al bar de junto.
6.b.
Algunos
días en el bar mientras ¿sobrasada o margarina? el café y las tostadas, una
conversación; para el interés de esta historia, la siguiente:
ERNESTO: ¿Qué tal Eloísa?
ALEJANDRO: Bien, pero las otras siguen sin salir del
agua.
(NOTA: Ignora Ernesto que Alejandro –es decir, Alejandro-
se sumerge en esa aventura de tres años desde que se atascó el tapón de la
bañera, y que gracias a las gafas de buzo puede encontrar algunas veces entre
el fango el caracol ese de listas…¿cómo se llama?...,bueno, da igual)
ERNESTO: ¿Terminaste lo de don Jaime?
ALEJANDRO: No, ese contrato dará la lata.
ERNESTO: Bueno, también se perdió el del almacén de
Sergio Hermanos (que yo no le veo el chiste, porque dos hermanos que se llamen
Sergio tú me dirás), y de eso hace dos años largos y nada.
ALEJANDRO: Deja, yo invito.
*Este
subcapítulo –el lector avispado lo habrá visto rápidamente- lleva implícita en
el título una dedicatoria a un buen amigo de la adolescencia, de apellido
Ochoa. (Enedelá)
7.b.
Vuelta
con los del almacén, imposible. Bueno, déjelo Alejandro otra vez en su mesa con
los papeleos y las calculadoras, enfrente las piernas de Conchita que se cubre
afanosa como todos los días, la sobrasada haciendo ruidos debajo de la corbata
tan fuertes que le tapan el hilo musical tan leve Hilario Camacho que apenas se
le oye, así hasta las tres menos cuarto Alejandro pues.
8.b. / 1.c.
En
fin, salía, y llegaba a casa a los pocos minutos (más o menos diez o doce,
quince a lo sumo, salvo los días que los escaparates, las vallas vaya foto
impresionante, los semáforos rojos todos de acuerdo rojos, aquella de la moto el
viento hostias la falda no lleva nada, joder, no lleva, luego las cabezas como
un bombo, y la sobrasada…, pero eso raras veces, lo más normal es que en diez
minutos estuviera ya con la llave carajo enganchada el bolsillo antes de abrir
la puerta).
2.c. / 10.a.
La dejaba en la mesa porque nada más entrar se
quitaba la ropa, y desnudo, se cocinaba un plato preparado que venía en una
lata (léase alubias, léase lentejas…) para calentar al baño maría.
11.a.
Luego el plato junto a la bañera en el
taburete y él se sumergía en su pantano con las tortugas, las lombrices, el
calamar, los camarones… Comía pausadamente, hasta dejar la cantidad que
consideraba sería bueno arrojar a la bañera para alimento y diversión de sus
huéspedes, y se disponía entonces a escuchar el concierto de la siesta: los
diferentes tonos y timbres del pequeño enjambre de moscardones azules y verdes
que zumbaban sin cesar hasta bien entrada la tarde. Algunas veces, tal vez las
más, para hacer honor a la verdad, los conciertos eran más que cualquier cosa
un verdadero e insoportable coñazo.
12.a.
Cuando ya se estaba quedando dormido, de
súbito, otra vez volvió a saltarle el pez volador por encima del brazo.
13.a.
Provista
de las gafas de buzo, su cabeza se sumergió entre la tierra de alubias y
garbanzos del fondo, inspeccionó la oscuridad entre los juncos y los grupitos
de corales buscando el pez, y sin embargo no sólo no encontró ni rastro del
lapsus sino que sus ojos dieron en abrirse desmesuradamente cuando intuyeron en
aquel manojo de papeles semidestruidos el contrato perdido de don Jaime.
14.a.
No había tenido tiempo aún de elegir entre las
opciones:
-¿lo
traje a casa para terminar de redactarlo?
-¿un
último repaso aquí en el baño?
-¿una
cabezadita mientras la lectura?
cuando el timbre
de la
puerta lo despistó sobremanera y se medio cubrió con la toalla y se quedó
mirando al director cuando le abrió la puerta así con las lombricillas
enredadas en el pelo y los perfumes todos saludando.
15.a.
La
conversación, muy aproximadamente, fue así:
DIRECTOR: Pero…, Alejan…(¿apócope?, ¿amnesia?)
ALEJANDRO: ¡Señor director!, pase,
pase, está usted en su casa.
DIRECTOR: Pralej…odr.. (¿armenio?, ¿mareo?)
ALEJANDRO: Pero pase, no se quede
ahí parado, hombre.
DIRECTOR: No, si llevo prisa, pasaba
por aquí y me dije.
ALEJANDRO: En ese caso…, está ustede de suerte, aquí
tengo el contrato de don Jaime, tenga.
16.a./ 9.b.
Luego
una sucesión rápida de acontecimientos, para no rellenar demasiado: Director
escaleras abajo, jabón, atkinsons, en la cama limpia tendido leyendo revistas
atrasadas de la vecina de abajo, el sueño sin cenar. Era muy posiblemente
jueves.
10.b.
A la mañana siguiente no había terminado de
sentarse frente a los papeles en la oficina cuando el director pásese por mi
despacho buenos días ¿para qué me necesita? siéntese. El director lo miró de
arriba-abajo, de abajo-arriba, buscando las respuestas a la perra noche de
insomnio que nunca antes jamás (tal miedo le dieron las pesadillas previsibles
sin cerraba tan sólo uno de los ojos). Mientras, como uno de las películas, fue
abriendo con disimulo un cajón de su mesa, pero en lugar de una pistola (esta
es otra historia) sacó una bolsa transparente en la que vea vea, el contrato de
don Jaime, todavía lleno de inmundicias y ¿qué significa esto?
ALEJANDRO: El contrato de venta de don Jaime.
DIRECTOR: (¿Aguilar?, ¿Ponce?, ¿Rosell?): Sí, eso ya lo
veo; pero, ¿y este estado?
ALEJANDRO: Se cayó a la bañera.
DIRECTOR (perplejo): ¿¡A la bañera!?
11.b.
Puedo
explicarle le dijo tranquilamente es lo menos que esperaba de usted, y escuchó
horrorizado mejor decir asqueado aquella extraña ocupación alejandrina el
estrés y esas cosas, la salud de la piel el alimento del espíritu y luego un
fárrago bioquímico filosófico para mentes abiertas Heisenberg Ortega y
Aranguren, en fin, si a usted le gusta, pero tenga más cuidado otra vez no se
preocupe que no pasa más.
12. 13. 14. 15. 16. 17. etcétera b.
Todas
las mañanas buenos días Ernesto, Arcadio lo mismo Conchita piernas montañas de
papeles Alejandro pulcro encorbatadoramente atkinsons, despachando con los
clientes Vicente los del almacén era un lince no se le escapaba una. De ocho a
tres lunes a viernes.
17. 18. 19. 20. 21. 22. etcétera a.
Todas las tardes todas su cuerpo sumergido con
el cuello rayando la superficie de un océano
en miniatura, jugando con su tortuga Eloísa favorita a remover y cambiar
las geografías de los islotes de alubias y los sargazos-fideos, últimamente
alargando el momento de la ducha en el otro baño hasta muy tarde, que por eso
mismo ya tenía instalada la radio en el pantano y ahí mismo, entre los zumbidos
de las moscas, leía y releía las revistas atrasadas que le daba la vecina,
esperando ver, capullo, el pez volador, el jodido lapsus que iba ya para tres
meses que no le había vuelto a saltar por encima de los brazos.
1.d.
Así como pasan los años pasan desayunos en el
bar de al lado, y estaban pues serían las once otra vez con sobrasada untando
tostadas ene más uno cuando llegó Arcadio que jamás de los jamases, él siempre
mantequilla.
2.d.
En el intercambio de cigarrillos le preguntó
por la tortuga Eloísa, ignorante Arcadio asimismo como Ernesto de la sabia
ocupación pantanosa de Alejandro.
ALEJANDRO: Muy bien, cada día más
tiempo fuera del agua.
ARCADIO: Pues esta tarde que la tengo libre ya podías
invitarme a tu casa a ver esas tortugas y de paso currarte al ajedrez.
ALEJANDRO: Imposible. Voy a casa del director para una sorpresa: el contrato de Sergio
Hermanos, perdido desde hace más de tres años, ¿tú sabes?, lo encontré entre
unos libros en mi estudio.
ARCADIO: Coño, eso sí es una noticia fresca.
3.c.
Cambiando la rutina, Alejandro comió las
lentejas en la misma lata sentado en el salón y enseguida salió para la casa
del director, que le quedaba a menos de diez minutos de la suya (minutos
alargados por culpa de las vallas, los semáforos, las de las motos y sus
piernas (aquello fue un mirlo blanco)). Colocóse la carpeta con el contrato
entre las suyas y con los mismos dedos apretóse en principio el nudo corbatero
y pulsó –sin el se- después el timbre de la puerta. Adoptó de inmediato con
tres pasos la pose propia de estos casos (sagaz y alerta, los pasos fueron pues
marcha atrás frente a la puerta).
1.e. (como e, y eso no tiene arreglo)
Cuando Alejandro vio que eran más de veinte
quizás las lombricillas que coronaban la frente del director medio desnudo,
cubiertas sus pringues y partes blandas con una mínima toalla de color equis, a
la conversación que pudo hacer frente no le hace sombra la siguiente:
DIRECTOR: ¿Y bien?
ALEJANDRO: El contrat (apócope
amnésico).
DIRECTOR: ¿El conqué?
ALEJANDRO: El contraSergmanos
(armenio con copas).
DIRECTOR: Muy bien, muy bien,
tranquilo.
2.e.
El director le sonrió, a la vez que le pasaba
una mano húmeda y amarillenta por el hombro y el contrato déjelo en una silla
que eso no se puede decir que corra mucha prisa gracias. Así que lo introdujo
está usted en su casa en una salita pequeña con una alfombra roja unas pisadas
de pringue que seguía por aquí un pasillo adelante hasta llegar a un amplio
cuarto de baño con una gran bañera circular decorada qué curioso exactamente
igual que la mía pensó, con la salvedad de la mujer del director que,
desnudita, se desenredaba algunas lombrices de aquellos pelos rubios tirando a
verde. Buenas dijo este es Alejandro querida, y volviéndose para Alejandro le
indicó mi señora, puedes llamarla Eloísa.
3.a.
Eloísa alguna vez debió ser bella, sus labios
tan carnosos diciéndole quítese la ropa y entre aquí también, precisamente
ahora estábamos buscando un pez volador que me saltó por encima del brazo.
4.e.
Con las gafas de buzo colocadas inspeccionó el
fondo y más que buscar el pez se entretuvo en envidiar ciertas diferencias con
su historia, la más evidente de la parte del marisco, que lo que en su bañera
eran apenas dos centenares de eléctricos camarones allí eran sin embargo
colonias de cigalas y racimos apretados de langostinos. Lo del pulpo le hizo
menos gracia.
5.a.
No encontraron nada. Luego se sentaron los
tres, el director ¿no le importa? conectó la radio y ofreció puros habanos, y
así estuvieron, fumando, mirándose a los ojos, contemplando ellos la belleza
desnuda de Eloísa, con algunas culebrillas que le corrían por el pecho y una
almejita que se había colocado en la oreja a modo de zarcillo. Estaba
subiéndole a la barriga una tortuga parecida a las suyas cuando sonó el timbre
de la puerta y solícito cual las hora de oficina dijo
quietos
quietos que ya voy yo; qué buen muchacho querido comentó ella al verlo salir y
las
carnes
las tiene bien apretadas, el director se miró las suyas obviamente obviamente
dijo.
6.e.
ALEJANDRO (sin abrir la puerta):
¿Quién es?
VOZ: Don Sergio.
ALEJANDRO: ¿Cuál de los dos Sergios?
VOZ: ¿Cómo cuál de los dos Sergios?,
¿es que hay otro?
ALEJANDRO: ¿No es usted de Sergio
Hermanos?
VOZ: Claro; pasé por casa de Arcadio y me dijo que se
encontró por fin mi contrato.
ALEJANDRO: ¿Entonces es usted el hermano de Sergio?
VOZ: ¿Cómo hermano? Oiga, yo soy hijo único.
ALEJANDRO: ¿Pero es o no es usted de la firma Sergio
Hermanos?
VOZ: Pero, bueno, ¿y qué tiene que ver el nombre de la
empresa?, ¿y usted quién es?, ¿me abre o no me abre?
7.e.
Cuando abrió por fin la puerta había chorreado
ya Alejandro en el suelo parte del líquido con algunas algas y caracoles, de tal
modo que don Sergio (identificada ya la
VOZ ) estuvo a punto de resbalar a la vez que preguntaba:
¡Ah!, ¿ustedes también?; ¿cómo?, preguntó Alejandro; lo de la bañera, hombre;
¡ah!, ¿usted también?
8.e.
Lo dejó en el recibidor mientras iba a por el
contrato. En el espejo del salón, a la vuelta, pudo comprobar con exactitud dos
cosas: que eran sin duda lapas aquello agarrado en las nalgas y que no había
tardado mucho en coger la carpeta azul y volver a donde carajo don Sergio
terminaba ya de desnudarse.
9.e. / X. Y. y Z.
Entonces tirando el contrato al suelo le dijo
intentamos coger un pez volador, pero se resiste bastante, a lo que don Sergio
tranquilamente explicó siempre pasa lo mismo, en casa de Arcadio hemos estado
más de dos horas con Ernesto y Vicente y Conchita y sus piernas y nada, estos
peces aparecen cuando menos se lo espera uno.
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